Es en los hogares donde debemos aprender a relacionarnos, si queremos madurar. Meditemos en esta fiesta la relación amorosa entre Jesús, José y María. Relación que sirve al hijo de Dios encarnado para crecer: “El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba” (Evangelio: Lucas 2, 22-40).
En esta Familia Sagrada, modelo para los hogares cristianos, unos con otros y todos con el Padre Dios se relacionaban entre sí con amor. La manera como uno se relaciona con los miembros de la propia familia influye poderosamente en la manera de relacionarse con los demás, fuera del hogar e incluso con Dios (1ª lectura: Eclesiástico 3, 2-14). La mayoría de los males de nuestra sociedad son síntomas y efectos de unas relaciones irregulares, congeladas y rotas. Pablo a las familias de Colosas las invita a vivir en el amor (Col 3, 12-21).
En su familia, Jesús aprendió mucho para cumplir su misión de pasar por el mundo haciendo el bien y de revelar la misericordia del Padre. La armonía espiritual y laboral, afectiva y comunitaria de aquella Familia de Nazaret resultó decisivamente fecunda para la Humanidad.