IN MEMORIAM | Escribe el sacerdote Severino Suárez Blanco | Era consciente de que el tiempo se le acababa, pero eso no le quitó su paz
SEVERINO SUÁREZ BLANCO
08/05/2021 05:00 H
El miércoles 17 de marzo, muy temprano, recibí una llamada de Beatriz: Pepe acaba de morir. Se quedó dormido. No sufrió. Tuvo una muerte dulce. La que a todos nos gustaría tener. Pepe era el profesor José Ramón Barreiro Fernández, y Beatriz, su esposa.
Beatriz y su hijo Álvaro me pidieron que les acompañase en el entierro. Así, al día siguiente, a las 11:30 horas, estábamos todos en el cementerio santiagués de Boisaca para dar cristiana sepultura al ilustre profesor, al amigo, en una tumba familiar donde ya descansaban unos tíos con los que Pepe convivió varios años, personas muy queridas para él.
Para mí fue un honor que me pidieran este servicio ministerial. Porque yo estuve en Boisaca no solo como amigo sino también como sacerdote celebrando la liturgia exequial. Me llamó poderosamente la atención el silencio elocuente que se hizo antes de rezar las últimas oraciones e introducir el féretro en la sepultura. Un silencio que hacía más potente y profunda la acción de gracias y la oración de súplica que, en nombre de todos, yo estaba elevando a Dios.
José Ramón fue un trabajador nato y puede decirse que murió trabajando: el domingo, que fue cuando ingresó por la noche en el hospital, había estado corrigiendo un artículo… La suya era una vida muy ordenada, espartana incluso. Se levantaba a primera hora de la mañana, preparaba el desayuno para él y para Beatriz (y para Álvaro cuando este estaba en la casa), y a las 9 ya estaba sentado a su mesa de estudio, que no dejaba hasta la hora de comer.
Era hombre de siesta en cama (con pijama y orinal, que diría Camilo José Cela). A eso de las cinco de la tarde ya estaba otra vez trabajando, normalmente hasta la hora de cenar. Tampoco hacía vacaciones; eso sí, aprovechaba sus desplazamientos con ocasión de dictar una conferencia para conocer el lugar en el que estaba. Y así conoció múltiples países porque eran muchas las invitaciones que recibía. Y siempre, si las obligaciones de Beatriz lo permitían, lo hacía acompañado por ella. También hay que mencionar la casa que la familia de Beatriz tiene en Santa Colomba de Somoza, en la montaña de León, porque fue escenario del borrador final de no pocos de sus libros: la paz y la belleza del entorno eran un poderoso estímulo para esta tarea.
Con todo ello, se explica la amplia producción de un hombre que amó los libros con infinita pasión, consciente de que ellos atesoran buena parte de lo mejor de la Humanidad y son, sin duda alguna, un motor de cambio y transformación social.
En mi parroquia
Pepe era un gran comunicador. Se hacía entender con todo tipo de público. Yo admiraba mucho esta cualidad suya. Lo escuché muchas veces, invitado por el matrimonio cuando la conferencia o la presentación de alguna de sus obras era en A Coruña. Pero sin duda alguna, la prueba del algodón fue cuando lo invité a venir a mi parroquia.
El historiador y académico estuvo en San Francisco Javier el 26 de abril de 2013. Recuérdese que esta es una humilde parroquia de uno de los barrios más populares de A Coruña. La charla fue sobre la historia de la ciudad. Y no pudo resultar mejor. Cercano a la gente, se hizo entender por todos, sin por ello perder un ápice de su habitual rigor y profundidad intelectual.
Volvería el 12 de diciembre de dicho año. La conferenciante era en esta ocasión su mujer, catedrática de historia en el Instituto Rafael Dieste. Pero a lo que pudimos asistir ese día fue a un maravilloso y excelso dueto sobre la conflictividad obrera en tiempos de la Segunda República. Absolutamente impresionante.
Pascua de Resurrección
Se van a cumplir ya dos meses de la muerte de José Ramón Barreiro Fernández. Me parecía importante dejar constancia pública de estas pequeñas cosas, que normalmente no salen en las loas oficiales. Me refiero al amor de esposo, al amor de padre, a su condición de creyente (piensen lo que piensen y digan lo que digan algunos), a su humanidad y sencillez. Era hombre cordial y de conversación rica y agradable.
Dedicó buena parte de sus últimos meses de vida a repasar textos fundamentales de la teología católica. Era consciente de que el tiempo se le estaba acabando… ya no podía salir a dar sus largos paseos, que tanto le gustaba y, sin embargo, esa proximidad a la muerte no le quitó la paz. Asumía, no vamos a decir que con alegría pero sí con serenidad y valentía, esa etapa vital. De ello habló en no pocas ocasiones con su mujer. Ojalá todos nosotros tuviésemos esas conversaciones difíciles con los nuestros, que tanto bien hacen, que tantos duelos patológicos evitan.
Escribo estas líneas en pleno tiempo pascual. La luz del cirio nos acompaña en todas las celebraciones litúrgicas hasta el domingo de pentecostés. Pero interiormente esa luz nos tiene que acompañar todos los días de nuestra vida. Para Pepe así fue. Y por ello dejo constancia pública de tal circunstancia.
El mejor homenaje que ahora le podemos hacer es, no me cabe la menor duda, comprar un buen libro de historia, o de ensayo, literatura clásica, en fin, todo lo que a él le encandilaba y a lo que dedicó su vida, y leerlo. Y también, por qué no, regalar a alguien querido un buen texto de teología o de espiritualidad. Así daremos continuidad a la empresa intelectual y existencial del profesor Barreiro Fernández.
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Nota: Desde esta humilde web, una vez más queremos mostrar el agradecimiento de las Comunidades Parroquiales de San Francisco Javier y Nuestra Señora del Pilar a este gran periódico “La Voz de Galicia”, en la persona de su Delegado en Carballo, D. Xosé Ameixeiras Lavandeira, por hacerle un hueco en sus páginas a nuestro Párroco D. Severino, haciendo posible que sus palabras lleguen a muchísima más gente. En este caso la GRATITUD es mayor por permitir el Obituario de admiración, y al mismo tiempo tristeza, por la gran pérdida para Galicia de otro gran amigo y colaborador de nuestras Parroquias, D. Xosé Ramón Fernández Q.E.P.D.
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